Por Leonardo Tarifeño
De la Redacción de LA NACION
A los 13 años, la primera gran heroína de este milenio llenó un cartón de leche con nafta y prendió fuego el coche de su padre (con su padre adentro). Exámenes psiquiátricos posteriores dictaminaron que se trataba de una joven «antisocial, violenta y trastornada»; años después, pericias policiales demostrarían que, antes de cumplir la mayoría de edad, la niña incendiaria se había prostituido en los barrios bajos de Estocolmo. Cualquiera que la conozca un poco puede decir que es vengativa, anoréxica, independiente, bisexual, inflexible y muy discreta. Cualquiera que la conozca mejor podría decir que tiene nueve tatuajes (entre ellos, uno de un dragón que desciende del omóplato hasta la cintura), cinco piercings (dos, exclusivos para quien la desnude) y una fascinación por los números que parece esconder su profunda desconfianza hacia el género humano.
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